lunes, 4 de noviembre de 2013

Idiota

Nunca había creído en el amor verdadero. Pensaba que éste era producto e invención de autores nóveles que trataban de hacerse un hueco entre los escritores más consagrados. Vendiendo una idea que en aquella sociedad no existía, se aseguraban de que el humano, hastiado de su vida y de la dura realidad, utilizara su libro, escrito en una clave de clichés y tópicos aburridos y repetitivos, como medio de escape a lo que el mundo le deparaba. Medio de escape significaba ventas. Y éstas eran, a su vez, dinero y éxito.
Sin embargo, la primera vez que la vio, sintió que alguien le había asestado un golpe directo al corazón. El mundo pareció ir a la misma velocidad que una procesión fúnebre mientras ella inhalaba el aire invernal de una ciudad contaminada por la vacuidad. Falto de aire, con las pupilas dilatadas y la boca entreabierta con el halo de una pregunta por formular, se dio cuenta.

Se había enamorado como un completo e irremediable idiota.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Tragicomedia llamada mundo

Rojo y blanco. Toda tragedia debería estar teñida de esos colores. 
Te paseas sonriente, mientras con tu mano limpias los restos de sangre en tu rostro. Los pies se hunden en la impura nieve, manchada de escarlata. Llevas puesta tus mejores ropas: aquel traje negro que te hicieron a medida para la segunda boda de tu madre. Al igual que el resto de tu cuerpo, el traje está bañado de aquel líquido pringoso con olor a metal. Qué pena, un desperdicio de traje, piensas mientras sacudes ligeramente la cabeza.
Aquel instituto te recuerda a los mejores años de tu vida. Años desperdiciados entre materias sin una utilidad real, siendo el actor de la mejor comedia que se haya escrito jamás. Las conversaciones en los pasillos, con aquella constante muletilla: «En este pueblo nunca pasa nada emocionante». Tú te has asegurado de que eso cambie.
En la trayectoria de tu pie se interpone una cabeza enterrada en la nieve. Observas aquel cuerpo femenino y determinas que está muerto. Pero la curiosidad te invade. Tiras con fuerza de su cabello, para alzar aquel cráneo y encontrarte de frente con su dueño.
Te sorprende descubrir que no está tan muerta como parece. La chica entrecierra los ojos a causa del dolor, mientras mantiene una mano presionada contra su abdomen. La reconoces; es quien se sienta a tu lado en todas las clases, quien se ofrece a ayudarte con todas las materias que no entiendes. Sonríes mientras ella formula una pregunta que no suena a reproche, pero tampoco a querer entender:
―¿Por qué?
Una carcajada brota de tu garganta y raspa aquel silencio. Las sirenas a lo lejos se convierten en la banda sonora de tu más perfecta obra.
―¿Por qué, preguntas? ―preguntas a tu vez, sentándote en cuclillas encima del cuerpo, con una mano sujetando aún su pelo. Sacas una navaja de tu bolsillo, la limpias contra los pantalones―. Sólo quería emoción.
Cercenas su garganta con gran precisión y la sonrisa roja se funde con el blanco. Los policías te encuentran allí, aún sobre el cadáver. Pletórico. Un amasijo de locura.

martes, 30 de julio de 2013

jueves, 23 de mayo de 2013

Etapas del duelo


Estás sentada, con el libro en tus rodillas. Lees, engulles y no te atragantas. Las páginas vuelan en tus manos, te sientes atrapada en una historia que ha acabado convirtiéndose en la tuya. El hálito de calor que desprende tu bebida ha desaparecido hace unas horas y yace, fría, a tu lado. Crees que has alcanzado el punto culminante. Tus compañeros de aventuras te hablan, mientras tomas la espada en tus manos y vences al villano. Y entonces, tan pronto como empieza, termina.
Pestañeas lentamente cuando la última página de aquella historia roza tus dedos. De repente, no lo entiendes. Las últimas palabras que has leído se arremolinan en tu cabeza y no encuentras su significado. Repentinamente te encuentras con un libro cuyo final ya está escrito y has alcanzado. No, es imposible, niegas. Aún es demasiado pronto.
Al paso de la negación, llega la ira. En un momento, te parece que el autor tiene la culpa de todos tus sentimientos: no ha sabido llevar bien la historia ni darle un buen desenlace. Ha destruido a los personajes en los últimos capítulos y te parece que la editorial ha cometido multitud de fallos que nadie ha notado. O eso es lo que tu mente se empeña en creer.
Vuelves a leer las últimas páginas, segura de que falta algo. A lo mejor se te ha olvidado leer el prólogo. O te has saltado algún capítulo. Quizás tenía un anexo que la librería se ha olvidado de otorgarte. Le prometes un sitio de honor al libro en la estantería donde guardas los demás, aunque sabes que negociar con un objeto inanimado no conduce a nada.
En seguida, entras en un estado de depresión. Porque esos personajes y ese mundo imaginario se han vuelto una parte de ti. Y han sido simplemente extirpados con una palabra tan diminuta de tres letras: fin. Sujetas el libro entre tus brazos, mientras inclinas ligeramente la cabeza hacia delante. Es entonces cuando tu codo golpea con la taza que descansa a tu lado y la miras con los ojos entrecerrados.
Tomas la taza entre tus manos y bebes un sorbo. Entonces, el sabor amargo, del café sin azúcar, y frío, de la bebida abandonada, te devuelve a la realidad. Miras el libro y él te devuelve un suave eco. Sonríes y te levantas. Lo coges con tus manos y lo colocas en la estantería. Allí, tus viejos amigos te saludan ante tu repentina presencia. No están tristes. Tampoco impacientes. Saben que algún día, cuando te sientas melancólica, volverás a visitarlos. A impregnarte de todo aquello que sus páginas te han ofrecido y pueden darte. Finalmente lo has aceptado.

martes, 21 de mayo de 2013

Memorias de verano


El nombre se difumina en sus recuerdos, al igual que las circunstancias en las que la conoció. Sin embargo a su mente llegan decenas de imágenes todos los días. Las puestas de sol en la azotea. Las horas hablando a su lado. Los veranos con sonido a una melodía de tres notas a la que nunca le pusieron nombre.
Sus palabras dulces. Libre como un ave. De corazón fuerte. Noble. Inteligente. Después, débil, desanimada, triste y abandonada. Otro invierno en el que coge una mano blanquecina que nunca más volverá a moverse.
A menudo la recuerda, cuando camina delante de aquel bloque de pisos tablado con olor a desolación. Es durante un breve momento, en el que sus pasos se dirigen hacia la puerta y sin que pueda evitarlo, sus manos empujan una puerta que chirría con fuerza.
A menudo busca algo que le indique que no fue un sueño. Pero sólo hay silencio y soledad. La melodía de tres notas nunca ha vuelto a sonar.